![]() Israel quiere expulsar a más de mil palestinos de 12 aldeas en las montañas del sur de Hebrón para convertir la zona en un campo de tiro. Por: Carmen Rengel Tras 13 años de litigio, la Corte Suprema debe decidir en breve qué ocurre con estas familias. Israel sostiene que los afectados no viven allí permanentemente. Los palestinos, que es su casa desde hace generaciones. La carretera es buena. Lisa, señalizada, cuidada. Es fácil acceder a Susiya, Maon, Abigail, Karmel. Un colono israelí puede llegar allá sin contratiempos e instalarse a vivir en estas villas-fortaleza, rodeadas de carreteras vigiladas por militares y con controles de acceso, protegidas. En mitad del valle se acaba lo bueno. El asfalto desaparece, sólo el polvo cubre el camino desdibujado e irregular que lleva hasta Mufaqara. No hay indicaciones. Nada anima a bajar a la hondonada, salteada de jaimas endebles, sartén al mediodía de verano. Los vecinos, cansados de callar, han plantado unas columnas de neumáticos marcando su territorio. Verdes, blancos, rojos, negros, los colores de la bandera palestina. Muy cerca, bloques de hormigón con pintadas en hebreo, árabe e inglés advierten del peligro latente. “Zona de fuego. Entrada prohibida”, rezan. Eso es lo que el Gobierno de Israel quiere que sean 12 villas del distrito de Yata, Mufaqara entre ellas: un área cerrada para maniobras militares. La llamada zona de fuego 918. Para ello, quiere expulsar a un millar largo de palestinos que residen en la zona desde que tienen memoria ellos, sus padres, sus abuelos. Propietarios privados de la tierra. Tras 13 años de litigio, la Corte Suprema debía decidir el futuro de los poblados, pero ha retrasado la vista hasta el 2 de septiembre. Esta promete ser la definitiva. Una cuarentena de escritores israelíes, por primera vez, ha emitido un comunicado en el que llama a su Ejecutivo a “respetar” las aldeas y, a sus conciudadanos, a romper el “sólido cinismo” y el “silencio” con que consienten la ocupación. La espera, pese al ánimo, es terriblemente angustiosa. Mahmud Hamandeh nació en Mufaqara. Sabe a ciencia cierta que al menos tiene tres generaciones a su espalda que residieron en la misma zona. A sus 65 años, es hoy el portavoz de la villa. “El problema comenzó en los años 80, cuando empezaron a planificar las colonias. Todos aguardamos a que la comunidad internacional las parase pero, al contrario, se deja incluso que crezcan, con puestos de avanzada. Luego nos ilusionamos con los Acuerdos de Oslo [1993], pero tampoco. Pasó el tiempo y se concretó la amenaza. Quieren que mis campos sean zona de tiro. Aquí todos somos pastores de ovejas y cabras y plantamos lo que se puede. ¿Qué daño hacemos? ¿Por qué no construyen el campo de tiro en el desierto del Negev, donde no viva nadie?”, se pregunta, con la indignación creciendo en su voz.
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