![]() La selección de Chuck Hagel para Defensa y su disposición a luchar contra el lobby de las armas revelan un presidente con ganas de marcha. Por: Miguel Rodríguez-Fabre EN 2008, Barack Obama llegaba a la Casa Blanca en medio de una grave crisis con el propósito de abrir una etapa de consenso en Washington. Cuatro años después y tras conseguir la reelección de una manera holgada, el presidente parece menos dispuesto a evitar el enfren- tamiento con los republicanos en el Congreso. La prueba es Chuck Hagel. El anterior Obama nunca hubiera nominado al extravagante exsenador de Nebraska como nuevo secretario de Defensa, tan desaliñado en su corte de pelo como en sus declaraciones. No por casualidad era un gran amigo de John McCain, otro senador republicano de lengua suelta que -en su momento- no temía ser causa de irritación en su partido con sus declaraciones heterodoxas. Hagel fue un temprano crítico de la guerra de Irak, del presidente George W. Bush y de buena parte del liderazgo conservador de su partido. No es extraño que sus excompañeros de formación no lo guarden mucho cariño. Además, de tanto en cuanto, osó apartarse de las posiciones dominantes en Washington en materia de política exterior, como cuando se atrevió a criticar las acciones del Gobierno israelí hacia los palestinos. Por todo esto no deja de sorprender que Obama lo eligiera como el miembro republicano de su gabinete (como se sabe, todos los gobiernos demócratas necesitan un republicano, particularmente como jefe del Pentágono). La personalidad de Hagel Nada nada tiene que ver con los discretos y grises Bob Gates, secretario de Defensa en el primer término de Obama, o William Cohen, que ocupó el mismo cargo con Bill Clinton. Obama sabe que la minoría republicana en el Senado puede divertirse haciendo sudar a Hagel en el proceso de confirmación, pero por alguna razón no parece importarle. “Que se atrevan”, pareció decir el presidente cuando presentó a su candidato esta semana. Tan comedido en sus primeros cuatro años, el presidente parece haber perdido el temor a la confrontación. Si no cómo explicar que las primeras medidas que piensa llevar al Congreso tras su toma de posesión son la regulación de la venta de armas y la reforma migratoria, dos espinosos asuntos que de los que huyó como del agua hirviendo durante sus primeros cuatro años. Sí, es verdad que las circunstancias han cambiado. La importancia demostrada por el voto hispano en las elecciones de noviembre temperó la retórica antinmigrante, mientras que la matanza en la escuela Sandy Hook puede haber marcado un punto de inflexión en el debate sobre la posesión de armas. Pero el hecho es que son dos temas controversiales en los que Obama deberá enfrentar una dura y poderosa oposición que, aunque ahora silenciosa, no le concederá tregua. A ello hay que agregar el continuo tango con el Congreso acerca del déficit, del que el precipicio fiscal fue el primer paso y que ahora sigue con la aprobación de aumento del límite de endeudamiento del estado. Se avecinan tiempos interesantes.
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April 2015
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